Una preciosa mañana de primavera, papa y mama alondras vieron como el precioso huevo que durante semanas habían empollado, se rompía despacito. De repente, una patita salio del cascarón; luego un pequeño y huesudo pico, hasta que por fin, su hijo consiguió salir completamente. Los padres le recibieron alborozados, cantando con su hermosa voz, pletóricos de felicidad, mientras el polluelo - asustado -, no sabía a donde mirar y por eso miraba a todas partes, incrédulo de ver tanto mundo después de haber estado encerrado en su cáscara de cal. Durante aproximadamente un mes, sus padres le cuidaron, alimentaron, calentaron y le fueron enseñando tácticas de caza, pesca, formas novedosas de vuelo y piruetas increíbles que el retoño fue aprendiendo y que mas tarde debería practicar y utilizar para su vida cotidiana.
Cierta mañana, sus padres se acercaron a él y con inmenso cariño pero con crudeza, le dijeron:
- Querido hijo, ha llegado el momento de separarnos. Hemos cuidado de ti, te hemos enseñado todo lo que sabemos. Ahora debes volar solo y despedirte de nosotros. Probablemente no nos veamos nunca más. No llores por que así es la naturaleza, así es la vida... El polluelo, preocupado, se despidió de ellos.
Justo antes de echar a volar, la madre se dio media vuelta, no pudiendo evitar su impulso maternal a pesar de los dictados de la naturaleza y con gran pena le dijo:
- Hijo mío, ten mucho cuidado. Nosotros no estaremos...pero te diré una cosa sin que se entere tu padre: si algún día, mientras eres pequeño, tienes un problema, acude al búho del bosque. El es tranquilo y sabio y tal vez pueda ayudarte.
Y salio volando.
El pequeño pollito comenzó a surcar el aire hacia un lado, hacia otro...curioseando en cada rincón y haciendo amigos y evitando enemigos. Una mañana se encontró con dos ardillas. Ellas le explicaron donde vivían y como podía hacer el para buscar un refugio. Les agradeció los consejos y se marcho. Esa misma tarde se topó con dos ranas que le invitaron a beber agua en su charca y le advirtieron que tuviera cuidado con las serpientes de agua. Estaba algo asustado pero contento pues cada día aprendía cosas nuevas y era capaz de subsistir por si mismo.
Una mañana como otra cualquiera, ya más fuerte y decidido por la experiencia que iba adquiriendo en el bosque, se aventuro a explorar más allá de donde había ido nunca. Planeo sobre prados y montes...y al final llego a un gran lago rodeado de árboles que colgaban sus ramas sobre la orilla. Era un lugar precioso. De repente, oyó ruidos extraños, alboroto, frenesí...y fue a curiosear. Se quedo atónito. Nunca había visto nada igual. Un mono colgaba de una rama, sujeto a la misma por su cola prensil y con las manos... ¡con las manos estaba sacando del agua a todos los peces que había en el lago, echándolos a la orilla y dejándolos allí!
El espectáculo le resultó extraño, no lo entendía, pero como era inexperto no sabía como entenderlo. Se acordó del consejo de su madre y corrió a buscar al búho, a quien costo encontrar y no con muchas ganas, el sabio animal, poco acostumbrado a estar despierto de día, decidió acompañarle, viendo el ímpetu del pollito. Y efectivamente, todo era como el pajarillo había descrito: varios peces muertos yacían en la orilla, mientras otros agonizaban a su lado y algunos conseguían escapar.
El búho, antes de emitir un juicio temerario al respecto, prefirió hablar con el mono y preguntarle que hacia. Se dirigió a él y solemnemente le pregunto:
- Mono, ¿qué estás haciendo?
- Ya lo ves - contestó el primate - saco a todos, todos, todos los peces del agua.
- Si, eso ya lo veo, contesto el búho...pero ¿por que?
A lo que el mono contestó rotundo:
- Pues porque ayer, saltando de rama en rama, resbale y me caí al agua. Casi me ahogo, no podía respirar y me costó mucho alcanzar la orilla.
- Ya veo, dijo el búho.
Entiendo lo que haces y comprendo tu preocupación, pero te diré una cosa: lo que es bueno para unos puede no serlo para otros, aunque nosotros estemos convencidos de que es así. Ello puede llevarnos a hacer cosas con la mejor intención pero que al final puedan resultar dañinas para otros. Por eso, antes de actuar, es conveniente informarse de porque unos actúan de una manera y otros de otra y lo prudente es no actuar hasta no saber que pasa realmente.
El polluelo ha venido a buscarme para pedir mi consejo porque el no entendía; no te ha juzgado ni ha actuado de manera alguna hasta conocer la situación en todas sus variantes ni ha entrado en tu forma de actuar. Simplemente y antes de decir nada a nadie, ha pedido consejo. Otra vez, querido mono, antes de actuar, primero piensa en las consecuencias, porque ahora quedan varios peces muertos en la orilla a los que no preguntaste si querían seguir o no en el agua. Incluso si se ahogaran, sería su decisión.
Desde entonces, el búho y el polluelo se vieron unidos por una entrañable amistad: uno valoro la sabiduría del otro y el otro la prudencia del uno.