No me voy a andar con rodeos: me cuesta muchísimo leer a García Márquez. Tal vez, porque nunca ha llegado a abandonar del todo esas coletillas y salidas tan colombianas. Quizá, porque somos de una generación muy diferente. El caso es que algunos de sus libros han ido a parar a mis estanterías, no traídos precisamente por mí y los he ido ignorando hasta ahora, que estoy en un momento donde me ha dado por leer todo lo que cazo al vuelo.
Le tocó el turno a una historia realista, basada en un asesinato que se produjo en su pueblo cuando corría el año 1951. Dos hermanos, gemelos, deciden bajar a cuchilladas a otro vecino del pueblo; todo el mundo lo sabe, pero nadie hace nada por evitarlo: el honor es el honor.
Es una novela corta, de apenas 125 páginas en la edición que he trincado. Se lo lee uno en un par de horas y se le queda una sensación agridulce. Por un lado, el tío escribe suave, rápido y cíclico. Estás en un punto de la historia, pasas la página, termina el capítulo y has pegado un salto atrás o estás muy por delante... para al de treinta páginas volver a estar en el mismo punto. Eso, en vez de marear, aligera la lectura y te da la sensación de estar recomponiendo un puzzle de intriga y misterio que poco a poco te va a ayudando a desvelar por ti mismo como se sucederán los actos. A pesar de todo, el colombiano consigue que nunca llegues a acertar del todo en los pronósticos, manteniendo la inquietud y el interés hasta que sus mismas letras te cuentan la película.
En una escala sobre 10, le voy a dar tan sólo un 6. Quizá bajo, para lo que dicen que es. Pero... no me ha llegado. Es una bonita y romántica historia, casi de pundonor y bravos, que se pasa por delante de los ojos sin sentirte en un sólo momento identificado. Y es que, como decía al principio, Gabriel García Márquez es uno de esos escritores que me dejan indiferente cuando cierro la contratapa de alguno de sus libros
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